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Entonces, Juanito buscaba la tranquilidad de su cuarto, en el piso de arriba, pues la voz de su madre llegaba a volverse insoportable. Así fue como, en una ocasión, en su huida al cuarto, se paró frente a la habitación de sus padres, miró hacia adentro y se dijo: “¡Qué grande es su cama!” Y viéndola tan llamativa, toda acolchada y llena de color beige, se decidió por entrar a observarla mejor. A su lado, pensó: “Es enorme, aquí podría dormir un equipo de fútbol sala”. Volvió su cuerpo y se encontró cara a cara con el espejo. Allí estaba, altivo, uno de cuerpo entero. Pero en su interior no aparecía la cama, en su lugar estaba otra cosa entre cortinas transparentes. Y las paredes eran distintas a la de su casa. Era otra vivienda la que allí estaba reflejaba. En el suelo de aquella habitación había un niño jugando sobre una alfombra azulina. El pequeño sintió la voz asustada de Juan. El pobrecito se asustó también y corrió a esconderse. Detrás del espejo todo volvió a ser normal. No había ya ni alfombra, ni una cama con cortinas… Juan quedó con su pequeño corazón latiéndole a toda prisa. Su respiración se volvió tan agitada, que tuvo que sentarse en el suelo. Volvió a mirar al espejo y no vio más que las cortinas de la ventana; ahí estaría la explicación, desde el suelo se veía parte del ventanal, pero, ¿y el niño? Aquel niño no había sido una imaginación. Cuando recobró el aliento, se levantó y corrió a su cuarto. No quería saber nada de aquel espejo, es más, nunca volvería al cuarto de su madre; al menos, así lo juraba en su huida.
***
El otro pequeño, el del espejo, quedó sobresaltado. Permaneció unos minutos paralizado por la extraña visión de aquel otro niño en una habitación tan distinta a la suya. Al levantarse, se acercó al espejo, lo tocó, estaba como siempre, no había más que frío cristal. Fue al pasillo y allí encontró a la sirvienta.
– ¿Dónde te habías metido? –preguntó la joven.
– Estaba en el cuarto de mamá. ¿Hoy no vendrá tampoco?
– No lo creo; tiene asuntos que resolver.
Los asuntos de la madre de Alonso eran, por ejemplo, estar en un hotel de la ciudad esperando encontrarse con el Marqués de Colán, que la llevaría a un baile real como si fuera una gran dama. La madre de Alonso aspiraba a convertirse en una gran señora, que todas las miradas se volvieran a su paso.
Junto a la joven, sin decir nada, Alonso buscaba razones que explicaran aquella aparición de hacía un momento. Buscar esa explicación es difícil, imposible para una persona adulta, sin embargo, el pequeño Alonso encontró una bien rápido: “La imaginación, esa era la solución. No hay caballos que vayan por las paredes, pero sí hay papel de empapelar paredes con caballos dibujados”. Eso era lo que le decía su amigo, el señor Pot –un admirador de Dickens–, la imaginación todo lo puede. No luchemos contra la imaginación, proponía Pot.
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